Te invito a leer Isaías 6:1-5, que dice: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”. Ahora contesta las siguientes preguntas:
En esa visión, Isaías mira la santidad de Dios. ¿Cómo lo hace? Observa a los ángeles clamando “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos”, los cuales cubrían sus rostros y pies, mostrando reverencia y asombro por la presencia de Dios. Algunos comentaristas, mencionan que los serafines estaban cubiertos en reconocimiento de su indignidad ante la presencia del Santo. Además, Isaías tiene una visión de sí mismo ante la gloria misma de Dios. Y se mira como un pecador que mora en medio de pecadores necesitado de misericordia porque sus ojos han visto al Rey y Señor de los Ejércitos (Versículos del 5 al 6). Isaías mira notablemente la corrupción interna de él mismo y del hombre en general. Sin embargo, el serafín voló rápidamente hacia él para purificarle. Por lo tanto, la culpa del pecado es removida con el perdón de la misericordia.
Ver la visión y lo que sintió Isaías es realmente difícil para nosotras hoy en día, pues solamente leemos lo que escribió sobre ese evento y podemos imaginarlo, pero nunca podremos vivir ese momento como Isaías. Ahora bien, podemos comprender quienes somos y las luchas que llevamos cada día como el orgullo, egoísmo, enojo, inmoralidad, etc. Entender lo anterior, nos ayudará a comprender lo que miró Isaías, pues se dio cuenta que Dios es contrario a nosotros y no hay pecado en ÉL. Por lo tanto, no podremos llegar a tener la santidad que Él tiene, sin embargo, a pesar de eso nos ama y desea que seamos Santos como Él.
Lee los siguientes pasajes: 1 Samuel 2:2; Apocalipsis 4:8; Ezequiel 36:23; Apocalipsis 15:4. Luego, responde las preguntas:
¿Qué aprendemos?
La santidad de Dios debe iluminar cada día nuestra propia pecaminosidad, pues, mientras vivamos, seguiremos luchando con los deseos de la carne. Frecuentemente, esos deseos se pueden convertir en ídolos que atesoramos en nuestros corazones y que tratamos de satisfacer. Es por ello que el profeta, al entender sus luchas, responde ante la santidad de Dios con las siguientes palabras: “! ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos… porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos”. En la misma presencia del Dios Santo, Isaías sabía sin lugar a duda que era pecador y a la vez recibe el perdón.
¿Cuáles son las luchas que podemos estar teniendo? Generalmente cuando hacemos esta pregunta, lo primero que viene a nuestra mente son cosas como: Orgullo, envidia, enojo, mal carácter, celos, etc. Sin embargo, esos son pecados que salen a flote como resultado de un deseo no cumplido en nuestro corazón. Por ejemplo: Tú y yo podemos desear ser aceptadas y puede ser un deseo tan profundo que buscamos la aceptación en medio de las personas que nos rodean. ¿Cómo lo hacemos? Haciendo lo que nos piden para no quedar mal, y cuando alguien o algo daña nuestra reputación ante otros, nos enojamos y reaccionamos con ira, sacando a flote el pecado que vemos. Por ello, es importante que la sanidad de Dios nos lleve a meditar en nuestro interior y ver lo que realmente estamos atesorando en nuestro corazón.
Te invito a cerrar tus ojos por un momento y pensar en la santidad de Dios. Luego, trate de imaginar lo que miró y sintió Isaías. ¿Puedes verte delante de Dios?
Actividad Final
Le invitamos a meditar y leer la siguiente oración con actitud de oración ante la Santidad de Dios.