Primer aspecto: La gracia común.
La gracia común incluye todas las bendiciones diarias que Dios da a toda la humanidad. Salmo 145:9 lo expresa así: “Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras.”
La gracia común revela a Dios a toda la humanidad, pero en lugar de ser agradecida, la humanidad rechaza a Dios y busca su propio camino (Romanos 1: 21).
Segundo aspecto: La gracia que salva.
La obra de Dios para salvar a un pecador empieza mientras la persona todavía está en enemistad con Él.
Lee 2 Timoteo 1:8-10.
No hicimos nada para pagar por la salvación. El plan de Dios para mostrar su gracia a la humanidad empezó en la eternidad pasada (antes de los tiempos de los siglos). Nosotras no hicimos ninguna cosa, ni buena ni mala, Dios puso en marcha su plan para nuestra redención, la iniciativa fue de Él. Así como no hicimos nada para conseguir la salvación, Dios no cobra nada en el momento que la recibimos. Cuando una persona responde con fe a la obra del Salvador, no debe temer a la muerte, pues recibe vida y la inmortalidad, como dice el siguiente himno.
Me dice el Salvador, Es poco tu poder
Hijo débil halla en mí, Todo cuanto has menester
Todo debo a Él, Cristo lo pagó
De las manchas del pecar, Cual nieve me lavó.
Nada bueno hay en mí, Tu gracia buscaré
En la sangre de Jesús, Mis pecados lavaré. (Elvina Hall, 1865)
Lea en su Biblia Efesios 2:4-10. Mientras lee, marque las palabras que describen la gracia de Dios.
Sin lugar a duda, todos estamos de acuerdo que una persona muerta no puede hacer nada por sí misma. De igual forma una persona que no ha experimentado la gracia salvadora de Dios, está muerta, sin el poder de hacer nada para cambiar su estado. En Cristo, recibimos la nueva vida que empieza ahora y se extiende hasta la eternidad (en los lugares celestiales). La gloria de nuestra salvación pertenece a Cristo, porque no hemos hecho nada para merecerla. Por lo tanto, Dios nos da la nueva vida en Cristo gratuitamente, pero con el propósito de que andamos en buenas obras.
Tercer aspecto: La gracia que sostiene y transforma.
La gracia de Dios nos salva. No hacemos nada para ganar la salvación ni nada para mantenernos salvos. El mismo Señor Jesús dijo: “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” (Juan 10:28-29). Tal como la gracia de Dios nos salva, también es la gracia que nos sostiene en la fe. En su testimonio acerca de Jesús, Juan el bautista dijo que el Señor era la fuente de ricas bendiciones, y, en sus palabras, “gracia sobre gracia” (Juan 1:14-16). No solamente hay gracia para la vida eterna, sino para ayudarnos a seguir adelante por fe, en un mundo imperfecto y dañado por el pecado.
En su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé tuvieron muchas oportunidades para explicar el evangelio a las personas que lo escuchaban por primera vez. En Antioquía, tanto judíos como gentiles recibieron la Palabra de la gracia de Dios con mucho gozo. Pablo y Bernabé los exhortaron a no solamente poner su fe en Cristo para ser salvos, sino a “perseverar” en la gracia de Dios (Hecho 13:43). La vida tiene muchas dificultades que desaniman y nos tientan a no seguir en el camino de la obediencia. La perseverancia es el resultado de la convicción que encima de la realidad de los problemas, hay otra realidad más grande, la esperanza que tenemos en Cristo. Pablo experimentó la gracia de Dios en medio de muchas persecuciones. En Efesios 3:20, él afirmó su convicción que Dios estaba en control. “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros”.
El sufrimiento (padecimiento) es parte de la vida del creyente, pero tenemos la esperanza de compartir la gloria de Cristo. Mientras estamos aquí, la gracia de Dios nos perfecciona, afirma, fortalece y establece. Aun en los tiempos difíciles, Dios no nos desampara. Dios nos salvó, no porque lo merecemos, sino por Su gracia. Él nos concede el poder y la confianza para seguir en la Fe, porque nos ama, la gracia de Dios es activa en el proceso de transformarnos a la imagen de Cristo (Filipenses 1:6-7).
El apóstol Pablo reconoció que su habilidad de predicar el evangelio vino por la gracia de Dios (1 Corintios 15:10). El poder de Dios en nosotros se muestra mejor, cuando nos damos cuenta de nuestra necesidad de Él, y no cuando pensamos que tenemos todo bajo control. Esa fue la lección que aprendió el apóstol Pablo cuando fue afligido por una debilidad, según 2 Corintios 12:9, ¿Cuál era la promesa de Dios a Pablo? Lee el pasaje y marque la respuesta en su Biblia.
¿Cómo debemos responder a la gracia de Dios? Nuestra primera respuesta a la gracia de Dios debe ser la fe. Romanos 5:1-2 dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Cuando aceptamos por fe la bondad de Dios mostrada en el sacrificio de Cristo en nuestro lugar, recibimos la justificación, y la paz con Dios. Entramos en Su gracia para recibir seguridad (estar firmes) y la esperanza que el Señor puede ser glorificado en nosotras. 2 Tesalonicenses 1:12 dice: “para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo”. Glorificamos al Señor cuando reflejamos Su gracia en nuestro trato a otros. Por ejemplo, cuando usamos nuestros dones para servir a otros, estamos administrando la gracia de Dios (1 Pedro 4:10-11).
Actividad Final
Para reflexión: Es un deleite para Dios mostrar su gracia a nosotras, ¿Tenemos el mismo deleite en administrar la gracia de Dios a otros?
Te animamos a leer y meditar en la siguiente oración.